Dar y quitar
Autor: Lasilla
Estando sentado en el mismo sitio por mas de 20 años y sin ninguna preocupación es cuando me pregunto ¿He vivido? Desde que tengo memoria, nunca he podido mover ni un solo musculo de forma voluntaria de mi cuerpo atrofiado, al menos, y supondré yo, que he de agradecerle a dios por poder mover mi mandíbula para comer y mover la vista de mis ojos para tener más claro mi rededor.
Desde que percibo el calor en mi piel, o el peso de mi cabeza aplastando mi columna vertebral contra el asiento de mi silla de ruedas, he estado aprisionado de mi cuerpo, obligado a ser simplemente un observador de todo lo que puede hacer desde el humano más lerdo hasta el mayor genio de la historia. Es como ver una película que dura por mas de setenta años. No puedo interactuar con sus personajes, solo verlos, imaginar historias donde yo participo con ellos, escenarios falsos, pero hasta ahí llega mi capacidad.
Uno entre los tantos días que mi padre me deja a la par de la ventana del segundo piso de nuestra casa, pude ver a una bella chica, la cual transportaba una caja llena de libros. Supuse que trabajaba en una librería, o a lo mejor le gustaba los niños y era maestra, nunca lo pude saber, pues por más que forzase mi vista para ver el titulo de los libros, mis intentos fueron en vano. A las horas llegó mi madre a retirarme de la ventana y acomodarme en la cama.
Dejó la hermosa música de Ludwig van Beethoven, besó mi inexpresiva frente y yo le parpadee una vez para decirle que le quería. La oscuridad nocturna se posó sobre mí, pero no le di lucha, nunca se me dio la oportunidad de ocultarme balo la cobija por temor. Los monstros de la noche fueron derrotados, no por la batalla que yo les diese, al contrario, por las batallas que jamás les di, nunca llegue al coliseo nocturno, ellos nunca tuvieron la oportunidad de comerme y murieron de hambre, así vencí mis temores nocturnos. Entonces podía cerrar tranquilamente los ojos y dormir sabiendo que no hay nada mas allá de la oscuridad.
Aun así, algo andaba mal, esa noche no podía dormir, sentía una incomodidad en mi cabeza, una especie de picor que se expandía poco a poco por mi espalda, era tan incomodo que simplemente me mantenía despierto. No podía hacer nada contra ello, así que use lo único que podía hacer en mi vida, distraerme. Me puse a imaginar uno de mis tantos escenarios favoritos o volvía analizar alguno de los libros que me habían leído. Hasta que ella volvió a mi mente, cargando esos libros por la calle.
Le di rienda suelta a mi psico e imagina pararme de la silla, bajaba la escalera y la saludaba desde el portal de mi casa, supuse que era trabajadora de una librería, pero ella me sorprendió explicándome que era la dueña. Mis cejas al fin podían arquearse para mostrar una expresión de sorpresa y desviaba la mirada para ofrecerme en son de ayuda con sus libros, solo una vaga excusa para acompañarla y hablar durante el trayecto. La sorprendería sobre todos mis reseñas y conocimientos de los libros que había escuchado y ella me ofrecería nuevas lecturas que al fin leería de primera mano. Llegamos a su librería y pactamos en volver a encontrarnos.
Fue un escenario tan hermoso que había olvidado lo que me hostigaba antes de dormir. El mismo patrón se empezaba a dar poco a poco, algunos días si y otros no, pero ese mismo escenario llegaba a mi mente cada día mas seguido. No tenia problema en ello, solo era un momento de paz que llegaba a mi vida monótona. Un descanso de mi prisión.
Llegado las húmedas noches de octubre, con sus torrenciales lágrimas, mis sueños con aquella dama se había vuelto mi pasamiento favorito tanto de día como de noche, me robaba cada pensamiento o estimulo externo. Hasta que mi madre movió mi rodilla fue que me percaté que me estaba leyendo Jules Verne, quien en lo personal considero mi escritor favorito por sus historias de aventuras y fantasías. Me pregunto si me sentía bien y yo solo le parpadea una vez.
Aprovechó la pausa y me ofreció una oportunidad, una que cada que pasa mas me arrepiento de tomarla. Quería adquirir nuevos libros y por ende iría al día siguiente a la librería, me ofreció llevarme para que tomase aire fresco, pero eso fue lo menos importante, era una posibilidad de conocer a la mujer que se había apoderado de mi mente, de mis sueños y tomado el lugar de paz.
Esperé toda la noche con un éxtasis que jamás había sentido en mi vida. Tanta fue la energía que recorría por mi cuerpo que podía sentir el movimiento de mis pies pataleando la cama, mis manos se frotaban entre sí por la ansiedad y me acurrucaba entre las frazadas para alejar el frio de la noche. Este seria el ultimo escenario ficticio que tenia con ello, de mañana en adelante serian situaciones reales.
Oh cuan desgracia había puesto sobre mi cabeza, la espada de Damocles colgaba sobre mi y estaba lista para caer.
Caído el decimo día del mes decimo, llego mis desgracias. Mi padre se había dispuesto a vestirme y luego bajarme del segundo piso. Después de ello fue mi madre que empujó mi silla de ruedas sobre los adoquines de la calle, a cada paso que daba yo rebotaba en la silla, me incomodaba, pero la recompensa de ver mi sueño hecho realidad apaciguaba toda molestia. Pues girando en la esquina al final de la avenida R se encontraba mi meta.
La Librería G se encontraba frente a mí, Con sus vidrieras llenas de libros que ocultaban el interior de esta. Mi madre me dejo un momento afuera y pidió ayuda para que pudiese entrar, pues en la puerta se encontraban dos escalones que dificultaría mi entrada a mi madre. Salió por la puerta un hombre ya algo mayor, pero con una especie de salud excepcional pues tomo la silla de ruedas sin ningún problema dentro del local.
En ese mismo momento mis ojos empezaron a vagar en busca de mi amada, arriba y abajo, derecha e izquierda. No la encontraba y mi madre empezó a distraerme preguntando por una tonta elección de libros que me daban completamente igual, mi mirada de molestia lo hubiese notado claramente, pero la falta de movimiento de mi cara se lo impidió. Fue ahí cuando se percepto de mi anormal movimiento de ojos, pues saco la tabla de pictogramas y empezó a preguntarme en cual se debía detener y poder cifrar el porque de mi ansiedad visual.
“Buscar” fue mi primera palabra. “Mujer” seguido de “Aquí”. La sorpresa invadió por completo a mi madre que me repitió la misma pregunta dos veces mas para asegurarse que lo que yo decía era correcto. Ella se acerco al despachador, quien fue el hombre que me ayudó entrar, parecía ser el único en la tienda, pues no se miraba nadie mas que él. Vi negar con su cabeza y mi madre regresando con un rostro preocupado. La espada había caído. Nunca existió una Ana, cual fue el nombre que le puse a esa misteriosa chica, que fuese dueña de una librería, a la cual fui y le hablé personalmente sin uso de mi silla de ruedas.
Nunca existió una cita entre nosotros o todas las conversaciones filosóficas sobre diferentes libros. Solo era el producto de una larga imaginación entrenada desde la percepción de mi propia existencia. Solo era un sueño que se desdibujaba ante mis ojos y con ello mi propia realidad.
Últimamente no se si estoy sentado junto en la ventana del segundo piso o si estoy sobre mi cama fingiendo dormir o incluso seguiré sentado en la silla de ruedas en esa librería, dirigida por el señor D, en un estado catatónico por la noticia que acabo de recibir. No tiene sentido que le siga dando vueltas al mismo asunto que me quito la única vez que deje de observar y me volví parte del entorno. Simplemente veo el tiempo pasar, sin prestar atención por la ventana, sin pensar nada. Solo deseo poder mover mi cuello y apartar la mirada de esa ventana, esa maldita ventana que me dio tanta paz que resulto ser solo una ilusión.
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